"Ahora me van a tener que tragar": El desahogo de Neymar

La joya que le faltaba al tesoro verdeamarelo. Cinco mundiales, ocho copas América, cuatro Confederaciones... Ídolos como Ronaldinho y Romario tropezaron en su intento por darle al gigante suramericano el oro olímpico. Llegó Neymar en su segunda oportunidad para romper con el maleficio: Brasil es campeón olímpico. La vitrina está completa.

En un marco de película, el 10 verdeamarelo condujo a la presea a los suyos. Tenía la presión desde 2008, cuando su selección perdió la final de Londres 2012 ante México 2-1. La espinita se fue metiendo más con el paso del tiempo, cuando los años aceleraban la crisis del balompié amazónico.

Hasta la noche del sábado.

Neymar, con la cinta de capitán en su brazo izquierdo, encendió el marcador ante Alemania. Los germanos igualaron por intermedio de Maximilian Meyer, forzando el partido al tiempo extra, que transcurrió sin modificaciones.

En los penales, con el 4-4 en la pizarra, el arquero Weverton tapó el remate de Nils Petersen. Todos los reflectores apuntaban a Neymar, que cobraría el tiro de la consagración.

Hablar de Maracaná es hablar del máximo templo del deporte brasileño, pero también el escenario de la más grande frustración en la historia -quizá hasta el 1-7 en el estadio Mineirao ante Alemania en el Mundial de 2014-, la caída 2-1 ante Uruguay en la definición de la Copa del Mundo de 1950.

Es lección aprendida para cada pequeño en Brasil, trasladada de generación en generación: el Maracanazo fue un desastre. Ni las cinco estrellas bordadas en el pecho pudieron borrar esa mancha.

Con todo este peso en los hombros Neymar tomó la pelota. Atrás estaban los 0-0 ante Suráfrica e Irak, la goleada 4-0 a Dinamarca en fase de grupos, las críticas y las frustraciones; los triunfos 2-0 sobre Colombia y 6-0 ante Honduras. Atrás quedó todo.

Solo eran Neymar, el arco, el portero Timo Horn, más de 90 mil espectadores en el Maracaná y millones a través de la televisión.

El astro del Barcelona trotó, retrocedió un poco y luego fue hacia la pelota. Disparó con más ubicación que potencia a la izquierda de Horn que, lanzado a su derecha, ya masticaba la derrota.

Luego llegó la fiesta.

Neymar, con una cinta en la frente con la que daba gracias a Dios (“100% Jesús” dice, ya la había lucido con el Barcelona en la final ganada en Champions en Berlín), se lanzó a las celebraciones. La medalla colgada. Su hijo a su lado. Explotó: “Hablaron de nosotros y respondimos con fútbol. Es una de las cosas más felices que sucedieron en mi vida. ¿Qué se le va a hacer? Ahora me van a tener que tragar”.

Se quitó la cinta de capitán esa noche en el Maracaná. Que el seleccionador Tite busque otro. Y este domingo se tiñó el cabello de dorado. Adiós presión.

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