Primero, el silencio. La humildad, la sencillez. Luego, la altivez, la estridencia. En los dos aspectos: la picardía y la genialidad. Treinta años han pasado del baile de Diego Armando Maradona a Inglaterra en el Mundial de México. La leyenda sigue agrandándose con el paso del tiempo.
Acto primero, la mano de Dios. “Lo juro por lo que más quieras: salté junto a Shilton, pero le di con la cabeza. Lo que pasa es que se vio el puño del arquero y por eso la confusión. Pero fue de cabeza, no tengan ninguna duda. Si hasta me quedó un chichón en la frente. Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios”. Una hora después del triunfo argentino 2-1 sobre los ingleses, el 10 se mostraba sosegado, quizá con ganas de no generar polémica. El tiempo se encargaría de magnificarlo todo.
El estadio Azteca era un hervidero. Cuartos de final, 115 mil espectadores. Argentina, dirigida por Carlos Salvador Bilardo, llegaba como primera del grupo A, con dos victorias y un empate, con seis goles a favor y dos en contra. Maradona, el hombre del Nápoli italiano, era el líder del cuadro albiceleste. No pudo estar en el plantel ganador del Mundial de 1978 por decisión del técnico César Luis Menotti; la copa del 82 fue un fracaso. Su reivindicación tendría que ser en México.
El ambiente estaba caldeado por lo extradeportivo. Argentina y el Reino Unido se enfrentaron en un conflicto al sur del Atlántico que duró 73 días. Las islas Malvinas, conquistadas por los británicos en el siglo XIX, pero pertenecientes al entonces Virreinato del Río de La Plata, fueron el objetivo en disputa.
La dictadura del país sureño emprendió la campaña como quien va al campo a un picnic.
Todo terminó en tragedia para la nación suramericana.
Casi setecientos muertos, la mayoría muchachos de extracción humilde de Buenos Aires y otras provincias argentinas. El honor del país por los suelos. Las Malvinas retomaron su nombre inglés, las Falklands. Gran Bretaña sufrió 255 muertos, pero mantuvo su base en el sur del mundo.
“Nosotros nos dedicamos a jugar al fútbol y nunca lo vimos desde un punto de vista político. Siento que esto haya decepcionado a muchas personas (que lo tomaron como una revancha)”, diría Maradona horas después del encuentro, restándole hierro. Cuando vio la trascendencia, con el paso de los años asumiría la bandera del honor de su país en la guerra.
Inglaterra, con Gary Lineker como el gran referente del ataque, terminó segundo del grupo F con un triunfo, un empate y una derrota. El Mundial de 1966 quedaba lejos. El gran momento de gloria que ocurrió en casa no pudo repetirse fuera de ella.
En octavos de final Inglaterra venció 3-0 a Paraguay, con doblete de Lineker y un gol de Beardsley. Argentina se deshizo de Uruguay con un tanto de Pasculli.
Con el juego igualado a cero en la sofocante Ciudad de México —se jugaba al mediodía, sacrificándose la salud de los jugadores por las obligaciones televisivas—, surgió la oportunidad. Corría el minuto 51 de un partido más físico que técnico, con pocas ocasiones de gol, “lo más opuesto al clímax”, en palabras de Jimmy Burns, autor del libro La Mano de Dios.
Lo cuenta Maradona en su biografía, escrita por Daniel Arcucci y Ernesto Cherquis Bialo en el 2000. “Nadie se dio cuenta, en el momento: me tiré con todo. Ni yo sé cómo hice para saltar tanto. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás, el arquero Shilton, Peter Shilton, ni se enteró y Fenwick, que venía detrás, fue el primero que empezó a pedir mano. No porque la haya visto, sino porque no entendía cómo podía haberle ganado en el salto al arquero. Cuando yo vi que el juez de línea corría hacia el centro de la cancha, encaré para el lugar de la tribuna donde estaba mi papá, donde estaba mi suegro, para gritárselo a ellos… ¡Mi viejo había sacado medio cuerpo afuera, convencido de que yo había hecho el gol de cabeza! Estuve medio gil (tonto), porque salí festejando con el puño izquierdo cerrado y mirando de reojo a ver qué hacían los jueces, ¡mirá si el árbitro se agarraba de eso y sospechaba! Por suerte ni se enteró. A esa altura, todos los ingleses protestaban y Valdano me hacía así, ¡ssshhh!, con el dedo en la boca, como si fuera una foto de una enfermera en un hospital”.
El árbitro, el tunecino Alí Ben Naceur, convalidó el gol. En 2015 se vio de nuevo con Maradona, que le regaló una camiseta albiceleste y un beso en la mejilla. Le firmó una foto de la acción: “Para Alí, mi amigo eterno”.
Maradona describió en su biografía la acción previa: “(Valdano) me había dado el pase: habíamos tirado una pared, lo apuraron, me devolvió un adoquín, porque otra no le quedaba, y yo salté, salté con el arquero y el puño arriba, pero detrás de la cabeza… Golazo, golazo, a llorar a la iglesia… Como le contesté a un periodista inglés, de la BBC, un año después: ‘Fue un gol totalmente legítimo, porque lo convalidó el árbitro. Y yo no soy quién para dudar de la honestidad del árbitro”.
Acto segundo, se consolida la leyenda. Decenas de encuestas lo dan como el mejor gol de la historia de los mundiales. Al minuto 56, esquivó, desde la mitad de la cancha, a uno, dos, tres, cuatro jugadores. Dribló al ya humillado Shilton y disparó dentro del área. El gol de la vida.
La jugada fue inmortalizada por el narrador uruguayo Víctor Hugo Morales. “Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete (volantín, papagayo) cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina, Argentina 2-Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2-Inglaterra 0”.
“Fue el gol que uno sueña de pibito”, recordaría Diego en su biografía. “Nosotros, en el potrero, cuando hacíamos algo así o parecido, decíamos que lo habíamos mareado al rival, lo habíamos vuelto loco… Fue… no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar, pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito”.
Pero horas después del partido, había sido más comedido. “Fue un lindo gol, pero no una maravilla. Raquel Welch (una despampanante actriz de la época) es una maravilla, no un gol”.
Este mes se publicó en Buenos Aires el libro Mi Mundial. Mi verdad, la versión del campeonato del 86 narrada por Maradona y escrita por Arcucci. Treinta años después, le echa más picante al golazo.
“No, no, yo no soñé nunca algo así. No pude ni soñarlo. Este gol está marcado a fuego. Acá pueden venir los Messi, los Tévez, los Riquelme, y hacer diez goles cada uno. Mejores que ese. Pero nosotros fuimos a jugar un partido contra los ingleses después de una guerra, después de una guerra que todavía estaba muy fresca y en la que los chicos argentinos de 17 años habían ido a pelear con zapatillas Flecha, a tirarles con balines a los ingleses, que marcaban a cuántos iban a matar y a cuántos iban a dejar vivos. Y eso no se compara con nada”.
Inglaterra recortaría distancias al 81, por intermedio de Lineker. Al pitazo final, los festejos argentinos y los reclamos ingleses se confundieron, pero la historia ya estaba escrita.
Argentina derrotaría a Bélgica en semifinales 2-0, con un doblete de Maradona. Se encontraría en la final con Alemania, venciendo 3-2 con tantos de Brown, Valdano y Burruchaga; Rummenige y Völler igualaron transitoriamente.
El país, que para entonces ya había vuelto a la vida democrática -la derrota en las Malvinas aceleró la salida de la Junta Militar-, convirtió en dioses a los futbolistas. Pero en la eternidad quedó el 2-1 de cuartos de final. Recuerda el argentino Javi Lanza, editor de Pasión Fútbol, en conversación con el diario PANORAMA:
“Más que un partido de fútbol, era retomar la confianza en nosotros mismos. Por eso queda en la inmortalidad. Volvimos a creer en lo que podíamos llegar a ser. Era más que un partido de fútbol. Más que nunca eran ellos o nosotros. Nos marcó, más a los de mi generación. Yo nací en el 85, Maradona cambió un poco la historia de nuestras vidas. Hay un montón de mis amigos que se llaman Diego, era el nombre de moda (…) Maradona es el argentino promedio, en lo bueno y en lo malo. Tiene muchísimos errores, opina de todo, sabe de todo. Él exagera lo bueno y lo malo del argentino. Es único. Por eso creo que Messi carga con esa cruz, por su personalidad. Maradona es un mito por eso, un mito popular”.
Pero desde entonces, a Argentina le sucedió lo que a Uruguay con el Maracanazo, la victoria sobre Brasil en el Mundial de 1950: no volvió a levantar un trofeo. Incluso, jugadores como Lionel Messi terminan convirtiéndose en “víctimas” de la historia. Hasta que no llegue a repetir “lo de Diego”, no será tan grande como él.
Mientras, Maradona continúa en el trono principal del Olimpo. El Mundial de 1986 y los dos goles contra los ingleses renuevan su puesto en la leyenda. Sobre todo cada vez que Víctor Hugo se siga preguntando “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.
Acto primero, la mano de Dios. “Lo juro por lo que más quieras: salté junto a Shilton, pero le di con la cabeza. Lo que pasa es que se vio el puño del arquero y por eso la confusión. Pero fue de cabeza, no tengan ninguna duda. Si hasta me quedó un chichón en la frente. Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios”. Una hora después del triunfo argentino 2-1 sobre los ingleses, el 10 se mostraba sosegado, quizá con ganas de no generar polémica. El tiempo se encargaría de magnificarlo todo.
El estadio Azteca era un hervidero. Cuartos de final, 115 mil espectadores. Argentina, dirigida por Carlos Salvador Bilardo, llegaba como primera del grupo A, con dos victorias y un empate, con seis goles a favor y dos en contra. Maradona, el hombre del Nápoli italiano, era el líder del cuadro albiceleste. No pudo estar en el plantel ganador del Mundial de 1978 por decisión del técnico César Luis Menotti; la copa del 82 fue un fracaso. Su reivindicación tendría que ser en México.
El ambiente estaba caldeado por lo extradeportivo. Argentina y el Reino Unido se enfrentaron en un conflicto al sur del Atlántico que duró 73 días. Las islas Malvinas, conquistadas por los británicos en el siglo XIX, pero pertenecientes al entonces Virreinato del Río de La Plata, fueron el objetivo en disputa.
La dictadura del país sureño emprendió la campaña como quien va al campo a un picnic.
Todo terminó en tragedia para la nación suramericana.
Casi setecientos muertos, la mayoría muchachos de extracción humilde de Buenos Aires y otras provincias argentinas. El honor del país por los suelos. Las Malvinas retomaron su nombre inglés, las Falklands. Gran Bretaña sufrió 255 muertos, pero mantuvo su base en el sur del mundo.
“Nosotros nos dedicamos a jugar al fútbol y nunca lo vimos desde un punto de vista político. Siento que esto haya decepcionado a muchas personas (que lo tomaron como una revancha)”, diría Maradona horas después del encuentro, restándole hierro. Cuando vio la trascendencia, con el paso de los años asumiría la bandera del honor de su país en la guerra.
Inglaterra, con Gary Lineker como el gran referente del ataque, terminó segundo del grupo F con un triunfo, un empate y una derrota. El Mundial de 1966 quedaba lejos. El gran momento de gloria que ocurrió en casa no pudo repetirse fuera de ella.
En octavos de final Inglaterra venció 3-0 a Paraguay, con doblete de Lineker y un gol de Beardsley. Argentina se deshizo de Uruguay con un tanto de Pasculli.
Con el juego igualado a cero en la sofocante Ciudad de México —se jugaba al mediodía, sacrificándose la salud de los jugadores por las obligaciones televisivas—, surgió la oportunidad. Corría el minuto 51 de un partido más físico que técnico, con pocas ocasiones de gol, “lo más opuesto al clímax”, en palabras de Jimmy Burns, autor del libro La Mano de Dios.
Lo cuenta Maradona en su biografía, escrita por Daniel Arcucci y Ernesto Cherquis Bialo en el 2000. “Nadie se dio cuenta, en el momento: me tiré con todo. Ni yo sé cómo hice para saltar tanto. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás, el arquero Shilton, Peter Shilton, ni se enteró y Fenwick, que venía detrás, fue el primero que empezó a pedir mano. No porque la haya visto, sino porque no entendía cómo podía haberle ganado en el salto al arquero. Cuando yo vi que el juez de línea corría hacia el centro de la cancha, encaré para el lugar de la tribuna donde estaba mi papá, donde estaba mi suegro, para gritárselo a ellos… ¡Mi viejo había sacado medio cuerpo afuera, convencido de que yo había hecho el gol de cabeza! Estuve medio gil (tonto), porque salí festejando con el puño izquierdo cerrado y mirando de reojo a ver qué hacían los jueces, ¡mirá si el árbitro se agarraba de eso y sospechaba! Por suerte ni se enteró. A esa altura, todos los ingleses protestaban y Valdano me hacía así, ¡ssshhh!, con el dedo en la boca, como si fuera una foto de una enfermera en un hospital”.
El árbitro, el tunecino Alí Ben Naceur, convalidó el gol. En 2015 se vio de nuevo con Maradona, que le regaló una camiseta albiceleste y un beso en la mejilla. Le firmó una foto de la acción: “Para Alí, mi amigo eterno”.
Maradona describió en su biografía la acción previa: “(Valdano) me había dado el pase: habíamos tirado una pared, lo apuraron, me devolvió un adoquín, porque otra no le quedaba, y yo salté, salté con el arquero y el puño arriba, pero detrás de la cabeza… Golazo, golazo, a llorar a la iglesia… Como le contesté a un periodista inglés, de la BBC, un año después: ‘Fue un gol totalmente legítimo, porque lo convalidó el árbitro. Y yo no soy quién para dudar de la honestidad del árbitro”.
Acto segundo, se consolida la leyenda. Decenas de encuestas lo dan como el mejor gol de la historia de los mundiales. Al minuto 56, esquivó, desde la mitad de la cancha, a uno, dos, tres, cuatro jugadores. Dribló al ya humillado Shilton y disparó dentro del área. El gol de la vida.
La jugada fue inmortalizada por el narrador uruguayo Víctor Hugo Morales. “Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete (volantín, papagayo) cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina, Argentina 2-Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2-Inglaterra 0”.
“Fue el gol que uno sueña de pibito”, recordaría Diego en su biografía. “Nosotros, en el potrero, cuando hacíamos algo así o parecido, decíamos que lo habíamos mareado al rival, lo habíamos vuelto loco… Fue… no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar, pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito”.
Pero horas después del partido, había sido más comedido. “Fue un lindo gol, pero no una maravilla. Raquel Welch (una despampanante actriz de la época) es una maravilla, no un gol”.
Este mes se publicó en Buenos Aires el libro Mi Mundial. Mi verdad, la versión del campeonato del 86 narrada por Maradona y escrita por Arcucci. Treinta años después, le echa más picante al golazo.
“No, no, yo no soñé nunca algo así. No pude ni soñarlo. Este gol está marcado a fuego. Acá pueden venir los Messi, los Tévez, los Riquelme, y hacer diez goles cada uno. Mejores que ese. Pero nosotros fuimos a jugar un partido contra los ingleses después de una guerra, después de una guerra que todavía estaba muy fresca y en la que los chicos argentinos de 17 años habían ido a pelear con zapatillas Flecha, a tirarles con balines a los ingleses, que marcaban a cuántos iban a matar y a cuántos iban a dejar vivos. Y eso no se compara con nada”.
Inglaterra recortaría distancias al 81, por intermedio de Lineker. Al pitazo final, los festejos argentinos y los reclamos ingleses se confundieron, pero la historia ya estaba escrita.
Argentina derrotaría a Bélgica en semifinales 2-0, con un doblete de Maradona. Se encontraría en la final con Alemania, venciendo 3-2 con tantos de Brown, Valdano y Burruchaga; Rummenige y Völler igualaron transitoriamente.
El país, que para entonces ya había vuelto a la vida democrática -la derrota en las Malvinas aceleró la salida de la Junta Militar-, convirtió en dioses a los futbolistas. Pero en la eternidad quedó el 2-1 de cuartos de final. Recuerda el argentino Javi Lanza, editor de Pasión Fútbol, en conversación con el diario PANORAMA:
“Más que un partido de fútbol, era retomar la confianza en nosotros mismos. Por eso queda en la inmortalidad. Volvimos a creer en lo que podíamos llegar a ser. Era más que un partido de fútbol. Más que nunca eran ellos o nosotros. Nos marcó, más a los de mi generación. Yo nací en el 85, Maradona cambió un poco la historia de nuestras vidas. Hay un montón de mis amigos que se llaman Diego, era el nombre de moda (…) Maradona es el argentino promedio, en lo bueno y en lo malo. Tiene muchísimos errores, opina de todo, sabe de todo. Él exagera lo bueno y lo malo del argentino. Es único. Por eso creo que Messi carga con esa cruz, por su personalidad. Maradona es un mito por eso, un mito popular”.
Pero desde entonces, a Argentina le sucedió lo que a Uruguay con el Maracanazo, la victoria sobre Brasil en el Mundial de 1950: no volvió a levantar un trofeo. Incluso, jugadores como Lionel Messi terminan convirtiéndose en “víctimas” de la historia. Hasta que no llegue a repetir “lo de Diego”, no será tan grande como él.
Mientras, Maradona continúa en el trono principal del Olimpo. El Mundial de 1986 y los dos goles contra los ingleses renuevan su puesto en la leyenda. Sobre todo cada vez que Víctor Hugo se siga preguntando “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.
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