Con el paso de los minutos, el dolor era más y más agudo. “Apuráte mamá”, repetía Daniela, desesperada. Mientras Ilsa calentaba el carro, Hilda la ayudaba con las cosas. Un paño, un pequeño bolso con ropa. La niña estaba a punto de nacer e Isaura no llegaba.
Cuando lo hizo, ya las tres mujeres estaban en el carro. “¡Vámonos, vámonos ya!”, gritaba Daniela. El destino era el Hospital Luis Razzeti, en Pueblo Nuevo, una localidad cercana a Mene Grande. Desde Machango hasta Pueblo Nuevo el trecho era grande. Daniuska no alcanzó a nacer en manos de un médico ni en la tranquilidad de un centro sanitario.
“La parí en una parte más adelante del pueblo Café Negro, llegando al Agua de Coco, en plena carretera hacia Mene Grande”, recuerda Daniela Rodríguez Pineda. “Me atendió una amiga que quiero muchísimo, Hilda Azuaje. Ella me atendió el parto, porque mi mamá se puso muy nerviosa, se puso a gritar para parar los carros. Hilda le dijo ‘No pares carros, que lo que aquí hay es una mujer pariendo y se nos va a morir”.
La robusta niña nació el 4 de enero de 1999 en el municipio Baralt. A los 14 ayudó a que Venezuela ganara el Suramericano de fútbol en Paraguay, la primera competición ganada por el país en la Conmebol, clasificando al Mundial sub 17 de Costa Rica 2014. A los 17 fue protagonista en el bicampeonato continental alcanzado en Lara: irá, en septiembre, a su segundo Mundial sub 17, esta vez en Jordania.
Daniuska Rodríguez Pineda comparte los apellidos de su mamá. Su papá no la reconoció. Se divorciaron y a los siete años de nacida lo mataron en un hecho confuso. Daniela se llevó a Valencia a sus cuatro muchachos, dos niños y dos hembras. Daniuska es la segunda, detrás de Guillermo. Le siguieron Alexandra y Elberson.
La mediocampista estrella de Venezuela creció en Machango, jugando fútbol con sus tíos. Desde temprana edad daba muestras de su picardía con el balón al pie. En la capital de Carabobo seguía jugando en la calle, hasta que la llevaron a la escuelita del sector Aquiles Nazoa. “Primero me vine yo y luego me los traje a ellos”, recuerda Daniela. “No tenía dónde estar cuando me vine, empecé a trabajar y alquilé. De allí me los traje”.
Vivían en el sector Brisas del Terminal. “Cuando se vino para Valencia me la vio un entrenador de la zona. Ella estaba jugando en la carretera con unos potes de refresco. Le dijo a Daniuska si quería jugar en una cancha de fútbol sala que había en ‘Aquiles Nazoa’, donde jugaban puros varones. Ella era la única niña”.
No conocía el miedo ni el dolor. Jugaba, peleaba, metía el pie como cualquier otro. Un remate potente de derecha, perfeccionando luego la izquierda. En el Suramericano de Lara haría pensar a todos que era zurda: la gente que la conoce sabe que es diestra por naturaleza.
“Se la llevaban siempre para todos los juegos. Fueron a nacionales, ella ayudó a ganar títulos de fútbol sala”, afirma Daniela. “En la selección de Carabobo comenzó a jugar fútbol de campo, la vio la gente de la selección de Venezuela y la convocaron en 2013 para el Suramericano de Paraguay. Observaron a 500 niñas y quedaron 30, entre ellas Daniuska. De allí, tú sabes el resto de la historia”.
Pieza clave en el armado del técnico Kenneth Zseremeta, la “todocampista” –como la define el periodista Carlos “Tato” Celis- ha ganado los dos Suramericanos, participando en Juegos Bolivarianos, los Juegos Olímpicos de Nankín 2014 y el Mundial de 2014, clasificando al de 2016.
En Lara 2016 marcó seis goles, incluyendo el tanto del campeonato: regateó a tres defensoras colombianas y clavó la pelota por el ángulo superior izquierdo de la arquera, en el 4-0 sobre las neogranadinas en la segunda ronda.
Pero fuera de la cancha, su mejor gol fue sacar a su familia del rancho. Gracias al gobernador carabobeño Francisco Ameliach, logró obtener un apartamento que sustituyó a la humilde casa.
“Es muy buena hija, hermana, nieta, sobrina, amiga. No es egoísta. Demasiado sencilla, demasiado. Lo que es de ella, es de todo el mundo. No le importa nada”, apunta su progenitora. “Es bien fuerte de carácter. Cuando no quiere hacer algo nadie la hace cambiar, por nada en el mundo. Pero conmigo no es grosera ni nada”.
“Me parece muy bien. Las muchachas de ahora, de 14 o 15 lo que están pensando es en una rumba, una vaina”, lanza Daniela. “Daniuska lo que hace es compartir con sus amistades, pero nunca me ha dado dolores de cabeza, de novios, de calle. Donde ande y con quién, siempre me dice. No anda pendiente de lo demás, sino de su fútbol”.
Describe a su hija: “¡Cómo le gusta dormir! Cuándo es de descansar, nadie la puede levantar. Bastante. Come arepa pareja. ¡Cómo le encanta la arepa! Arepas, huevos, chicharrones, cachapa, queso. Es muy sencilla para la comida. No le gusta la pasta”.
“Ella dice que su meta es seguir logrando más éxitos de todo lo que ha obtenido. Cuando se enfoca en algo, cumple todas sus metas. Su sueño desde pequeña era llegar a la selección de Venezuela y seguir adelante. Hasta hoy lo ha logrado”.
Cuando lo hizo, ya las tres mujeres estaban en el carro. “¡Vámonos, vámonos ya!”, gritaba Daniela. El destino era el Hospital Luis Razzeti, en Pueblo Nuevo, una localidad cercana a Mene Grande. Desde Machango hasta Pueblo Nuevo el trecho era grande. Daniuska no alcanzó a nacer en manos de un médico ni en la tranquilidad de un centro sanitario.
“La parí en una parte más adelante del pueblo Café Negro, llegando al Agua de Coco, en plena carretera hacia Mene Grande”, recuerda Daniela Rodríguez Pineda. “Me atendió una amiga que quiero muchísimo, Hilda Azuaje. Ella me atendió el parto, porque mi mamá se puso muy nerviosa, se puso a gritar para parar los carros. Hilda le dijo ‘No pares carros, que lo que aquí hay es una mujer pariendo y se nos va a morir”.
La robusta niña nació el 4 de enero de 1999 en el municipio Baralt. A los 14 ayudó a que Venezuela ganara el Suramericano de fútbol en Paraguay, la primera competición ganada por el país en la Conmebol, clasificando al Mundial sub 17 de Costa Rica 2014. A los 17 fue protagonista en el bicampeonato continental alcanzado en Lara: irá, en septiembre, a su segundo Mundial sub 17, esta vez en Jordania.
Daniuska Rodríguez Pineda comparte los apellidos de su mamá. Su papá no la reconoció. Se divorciaron y a los siete años de nacida lo mataron en un hecho confuso. Daniela se llevó a Valencia a sus cuatro muchachos, dos niños y dos hembras. Daniuska es la segunda, detrás de Guillermo. Le siguieron Alexandra y Elberson.
La mediocampista estrella de Venezuela creció en Machango, jugando fútbol con sus tíos. Desde temprana edad daba muestras de su picardía con el balón al pie. En la capital de Carabobo seguía jugando en la calle, hasta que la llevaron a la escuelita del sector Aquiles Nazoa. “Primero me vine yo y luego me los traje a ellos”, recuerda Daniela. “No tenía dónde estar cuando me vine, empecé a trabajar y alquilé. De allí me los traje”.
Vivían en el sector Brisas del Terminal. “Cuando se vino para Valencia me la vio un entrenador de la zona. Ella estaba jugando en la carretera con unos potes de refresco. Le dijo a Daniuska si quería jugar en una cancha de fútbol sala que había en ‘Aquiles Nazoa’, donde jugaban puros varones. Ella era la única niña”.
No conocía el miedo ni el dolor. Jugaba, peleaba, metía el pie como cualquier otro. Un remate potente de derecha, perfeccionando luego la izquierda. En el Suramericano de Lara haría pensar a todos que era zurda: la gente que la conoce sabe que es diestra por naturaleza.
“Se la llevaban siempre para todos los juegos. Fueron a nacionales, ella ayudó a ganar títulos de fútbol sala”, afirma Daniela. “En la selección de Carabobo comenzó a jugar fútbol de campo, la vio la gente de la selección de Venezuela y la convocaron en 2013 para el Suramericano de Paraguay. Observaron a 500 niñas y quedaron 30, entre ellas Daniuska. De allí, tú sabes el resto de la historia”.
Pieza clave en el armado del técnico Kenneth Zseremeta, la “todocampista” –como la define el periodista Carlos “Tato” Celis- ha ganado los dos Suramericanos, participando en Juegos Bolivarianos, los Juegos Olímpicos de Nankín 2014 y el Mundial de 2014, clasificando al de 2016.
En Lara 2016 marcó seis goles, incluyendo el tanto del campeonato: regateó a tres defensoras colombianas y clavó la pelota por el ángulo superior izquierdo de la arquera, en el 4-0 sobre las neogranadinas en la segunda ronda.
Pero fuera de la cancha, su mejor gol fue sacar a su familia del rancho. Gracias al gobernador carabobeño Francisco Ameliach, logró obtener un apartamento que sustituyó a la humilde casa.
“Es muy buena hija, hermana, nieta, sobrina, amiga. No es egoísta. Demasiado sencilla, demasiado. Lo que es de ella, es de todo el mundo. No le importa nada”, apunta su progenitora. “Es bien fuerte de carácter. Cuando no quiere hacer algo nadie la hace cambiar, por nada en el mundo. Pero conmigo no es grosera ni nada”.
“Me parece muy bien. Las muchachas de ahora, de 14 o 15 lo que están pensando es en una rumba, una vaina”, lanza Daniela. “Daniuska lo que hace es compartir con sus amistades, pero nunca me ha dado dolores de cabeza, de novios, de calle. Donde ande y con quién, siempre me dice. No anda pendiente de lo demás, sino de su fútbol”.
Describe a su hija: “¡Cómo le gusta dormir! Cuándo es de descansar, nadie la puede levantar. Bastante. Come arepa pareja. ¡Cómo le encanta la arepa! Arepas, huevos, chicharrones, cachapa, queso. Es muy sencilla para la comida. No le gusta la pasta”.
“Ella dice que su meta es seguir logrando más éxitos de todo lo que ha obtenido. Cuando se enfoca en algo, cumple todas sus metas. Su sueño desde pequeña era llegar a la selección de Venezuela y seguir adelante. Hasta hoy lo ha logrado”.
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