La copa de la discordia

Contra viento y marea, protestas violentas o pacíficas, críticas veladas o directas, ataques justificados o sin fundamento, atrasos, huelgas… contra todo y pese a todo, el Mundial de Brasil 2014 va.

Pareciera que las plagas bíblicas cayeron sobre la nación amazónica tras su designación como sede de la Copa del Mundo, a la que se añadió la organización de los Juegos Olímpicos de Río 2016, tras restarse la Copa América de 2015, que finalmente recayó en Chile. Mil y un baches para preparar el torneo.

“Lo que se espera es que será el mundial más incómodo para la Fifa en su historia”, apunta el periodista venezolano Richard Méndez, de la cadena Espn. “Primero por las dificultades, la amenaza de la Uefa a Blatter, para que no se presente a su reelección. Se habla del escándalo de corrupción para la designación de Qatar como sede del Mundial de 2022. Luego, de los problemas con los estadios: ya en la Copa Confederaciones se realizaron partidos en estadios que no estaban terminados. Y las protestas por los gastos excesivos”.

La primera vez que el “Gigante del Sur” organizó un Mundial, las cosas eran distintas. Corría 1950, y tras doce años de pausa por la Segunda Guerra Mundial, le correspondió a la nación suramericana recibir el torneo. Río de Janeiro, Sao Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre, Curitiba y Recife fueron los escenarios en los que las 13 selecciones se batirían por la Copa Jules Rimet, ganada finalmente por Uruguay en el estadio Maracaná.

La legendaria infraestructura que albergó la definición se construyó en apenas dos años. Más de 200 mil personas presenciaron la final. Era el símbolo de un país pujante, económicamente fuerte, a la cabeza de las naciones del continente. Para muchos, Brasil era el “Estados Unidos del sur”, la única potencia que podía hacer contrapeso al “Gigante del Norte”.

Luego de 64 años, las cosas han cambiado. Si bien Brasil sigue teniendo la economía más grande de América Latina y la sexta del mundo, con un gran desarrollo agrícola y minero y un PIB per cápita de 15.772 dólares, la desigualdad y la pobreza campan a sus anchas.

Además, ya el torneo recibe no a 13, sino a 32 selecciones, con mayores lujos que en 1950, desde hotel hasta transporte exclusivo. Y son doce las sedes en toda la geografía brasileña.

“Personalmente creo que la Copa del Mundo generó una brecha social importante”, opina el periodista zuliano Pedro Bozo, de DirecTV Sports, presente en Brasil. “Hay resentimiento entre los estratos sociales. Lógicamente, unos quieren que trabajen para mejorar la calidad de vida, y otros que la Copa sea la prioridad”.

La nación suramericana ha gastado cerca de 11 mil millones de dólares para organizar el Mundial: “Nosotros hicimos todo esto, por sobre todo, para los brasileños”. Muchos están en desacuerdo con la premisa de la presidenta Rousseff.

La agitación no se ha hecho esperar. Desde la designación, en 2007, como sede del Mundial de 2014, se han sucedido las alarmas y los conflictos. En 2011 ya el presidente de la Fifa, Joseph Blatter, lamentaba la tardanza en la construcción y refacción de los estadios: “No están avanzando, no avanza muy, muy rápido”.

Jeróme Valcke, secretario general de la Fifa, había reiterado lo dicho por su jefe, pero de una forma más dura: “Brasil necesita una patada en el culo”, señaló, retractándose luego de su declaración.

En junio de 2013 las protestas tuvieron su punto álgido, coincidiendo con la Copa Confederaciones, el torneo que sirve como “prueba” de cara al Mundial. El 20 de junio más de un millón de manifestantes en las principales ciudades del país alzaron su voz contra la realización de la Copa. La violencia, en algunas ocasiones, se hace sentir. Las críticas apuntan al Gobierno y a la Fifa.

“En Río no se percibe mucho el ambiente mundialista, todavía la gente está a la expectativa”, contó a PANORAMA el periodista mexicano Roberto López Olvera, del Grupo Imagen Multimedia. “Todo arranca en Sao Paulo y allá es donde está la selección brasileña. Aquí hay muchos extranjeros, muchos paisanos mexicanos. La gente de Brasil está contenta por recibirlos, pero no está contenta con el Gobierno de Dilma Rousseff. Hay constantes marchas. Hoy me tocó una a tres cuadras del departamento en el que estoy residiendo en Río, de unos 70 taxistas que cerraron la avenida Atlántica, cerca de Copacabana”.

“El público, la gente no está muy contenta con el gasto en los estadios, con los gastos que se han hecho en infraestructura”, recalca López Olvera. “Se habla de actos de corrupción, que se ha gastado muchísimo y mucha gente duda de que se gastó eso, que fue efectivo el dinero que se invirtió, como ocurre siempre en nuestros países latinoamericanos. Están muy enojados porque no se ha invertido en salud, los hospitales son de muy mala calidad en el territorio brasileño, y sí se han gastado billones de dólares en construcción y remodelación”.

“Hay graffitis, mensajes en las calles, más pintadas que otras cosas”, describe a este diario el periodista caraqueño Daniel Prat Jerez, presente en Río de Janeiro. “Hoy (ayer) vi algunas protestas esporádicas, como personas con tirros en la boca y con balones puestos como grilletes, algo más simbólico. En Sao Paulo es más fuerte, en Río son cosas menores. Convocaron una protesta hacia el centro para el comienzo del mundial, lejos de los lugares turísticos”.

Desde hoy y hasta la final en Río, el 13 de julio, más de 157 mil efectivos de las fuerzas de seguridad brasileñas estarán desplegados por todo el país. Quizá los goles le bajen el volumen a las protestas, pero la crítica y la inquietud estarán presentes durante todo el mes.

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