La triste sonrisa de Mané Garrincha


“Lo lleva atado al pie, como una luna atada al flanco de un jinete. Lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre. Y le pega tan suave, tan corto, tan bello, que el balón es palomo de comba en el vuelo. Y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo, que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo. ¡Y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!”.

Tenía las piernas y la columna torcidas, como torcida tuvo la vida desde que nació el 28 de octubre de 1933. Manoel Francisco dos Santos pudo haber muerto al nacer –la tasa de aquel entonces decía que 200 de cada mil niños seguían esa suerte-, o no conocer la vida en la adultez. Era el séptimo de los doce niños de una larga familia encabezada por un vigilante de fábrica, en Río de Janeiro.



Rosa, una de sus hermanas, lo apodó Garrincha. Así llaman a un pajarillo regordete (españolizado Carrizo), de color de tierra, feo, escurridizo, veloz. Un ave del Mato Grosso brasileño que no puede vivir en cautiverio.

La poliomelitis lo atacó en la niñez, y sobrevivió. Fumó desde los 10 años. Comía a veces, no estudió nunca. Lo único que lo entusiasmaba era correr detrás de una pelota de trapo en las polvorientas calles de su favela, en la populosa y empobrecida zona de Magé, a 80 kilómetros de Río.

De sus piernas chuecas (una era más corta que otra por unos seis centímetros) sacó una virtud para el juego, una habilidad: pegar la pelota a sus pies y engañar al adversario en su camino al arco. Recortar, expandir, picar, frenar. Lo desarrolló una, otra y otra vez.

A Garrincha lo rechazaron Fluminense y Vasco da Gama, dos de los clubes más populares de Río. Llegó tarde a algunos exámenes, lo que denotaba su proverbial indisciplina. Pero con el Botafogo, tras una prueba donde humilló al legendario zaguero Nilton Santos, lo dejaron enfundarse la camiseta negra y blanca. Era 1954, nacía una leyenda.

“Era el ‘Botafogo’, el prendefuego que encendía los estadios”, contó el uruguayo Eduardo Galeano en “El Fútbol a sol y sombra”. “Loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada”.

Con “La estrela solitaria” ganó tres campeonatos cariocas, los de 1957, 1961 y 1962. Sirvió innumerable cantidad de goles, pero lo más importante: dejó su huella en el campo, su estilo de juego con el desparpajo como bandera.

Walter Roque, uruguayo exseleccionador de Venezuela, coincidió con él en una gira por Europa. Cata jugaba en aquel entonces con el Rampla Juniors, mientras que Mané tenía la “alvinegra” puesta.  “Estuvo más con nosotros en el grupo de uruguayos, porque nos reíamos con él”, evoca Roque. “Los brasileños eran más severos, no echaban tanta broma con él. Nosotros sí. Andaba siempre en sandalias, cuando estaba prohibido hacerlo en el hotel. Él andaba con el torso al aire, no le paraba bolas a eso. Nos acordábamos de él y nos reíamos con sus cosas”.


“No era Garrincha el titular, el titular era Joel, un puntero derecho que también era de la selección. Jugamos ocho partidos en Inglaterra: cuando jugábamos nosotros, nos iban a ver. Si no jugábamos, los veíamos en Londres. Hablo de 1956, cuando Garrincha apenas aparecía”.

“De por sí era un muchacho endiablado, muy pícaro, muy muchacho”, recuerda el uruguayo-venezolano. “En ese equipo había jugadores reconocidos, que estuvieron en el Mundial de 1950. Pero Garrincha entraba en un partido o en los segundos tiempos. Un día, jugando contra un equipo inglés, se sentó encima de la pelota y esperó que lo fueran a marcar, en pleno juego. Tenía la picardía por delante. Paraba la pelota como futbolista, en la raya, y salía corriendo para el medio, pero enganchaba para el costado derecho y los dejaba a los contrarios sentados. Paraba y arrancaba. Era difícil de controlarlo. Nosotros tratábamos de hacer eso en el equipo”.


Para 1958, y luego de la presión de sus compañeros de mayor peso en el equipo, lo llamaron para unirse a la selección brasileña de cara al Mundial de Suecia 1958. Tras dos partidos en la banca, luego del empate a cero con Inglaterra el técnico Feola recibió el “consejo” (una advertencia casi convertida en amenaza) de los monstruos sagrados del equipo, encabezados por su valedor en el Botafogo, Nilton.

Garrincha y un delantero de 17 años, Pelé, salieron como titulares ante la Unión Soviética. La canarinha ganó 2-0, con dos goles de Vavá, y con una gran actuación de los debutantes, que no saldrían del once inicial.

Cuentan que un día, durante la concentración brasileña en Suecia, Garrincha llegó con una radio costosísima para aquel entonces. Todos saludaron y elogiaron la compra, menos el masajista del equipo, el legendario Mario Américo. “Mané, pero esta radio no te va a servir en Brasil, porque todos hablan sueco”.

El jugador encendió el transistor y sí, era cierto: todos hablaban en sueco. Molesto, le vendió la radio a Américo por un precio mucho menor por el que lo compró.

Mané, camiseta once, no marcó, pero Brasil y el mundo disfrutaron con su estilo desequilibrante. Al final, elevaron su primera copa, la entonces Jules Rimet.

“Lo lleva unido al pie, como un equilibrista unido va a la muerte. Lo esconde –no se ve-, le infunde magia y vida y luego lo devuelve. Y se escapa, lo engaña, lo deja, lo quiere. Y el balón le persigue, le cela, le hiere. Y se juntan, y danzan y grita la gente. Y se abrazan y ruedan, por entre las redes. ¡Y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!”.

Chile 1962. Brasil busca repetir la grandeza obtenida cuatro años antes. Garrincha sigue siendo el mismo extremo derecho, ahora con el dorsal 7 y la titularidad cosida en sus pies mágicos.

La tragedia golpea a los amazónicos: Pelé, su estrella indiscutible, sale lesionado en el partido de la segunda jornada ante Checoslovaquia. Amarildo asume su puesto, cumpliendo a cabalidad, pero con Garrincha en un estado futbolístico genial. Tanto, que en el país austral los periodistas se preguntan ¿de qué planeta salió?

Anotó dos goles a Inglaterra en cuartos de final y otros dos a Chile en semifinales. En la final, ejerció de líder para vencer 3-1 a Checoslovaquia, los verdugos de Pelé. Antes, le había preguntado a los periodistas: “¿Hoy es la final?”. Cuando todos asintieron con extrañeza, Mané se dijo, entre risas: “Ah, con razón hay tanta gente”.

Era el segundo Mundial y Garrincha volvía a alcanzar la gloria.

Pero su vida disoluta comenzaba a pasarle factura. Dejó a su familia para unirse en un romance con la cantante Elsa Soares. Fue visto borracho y fumando –el tabaquismo lo hizo suyo desde los 10 años de edad. El escritor francés Bernard Morlino trazó su retrato: “Se dejó fotografiar sin rechistar medio desnudo en una sesión de entrenamiento; en los vestuarios, mientras daba una calada a un cigarrillo del que tragaba el humo; meciendo la copa del mundo Jules Rimet como si se tratara de un bebé; en cuclillas en medio de sus siete hijas; disfrazado de chileno con una guitarra en la mano… El reverso de la medalla fue que unos reporteros sacaron a la ex señora Garrincha llorando delante de un retrato del futbolista clavado en una pared sujetando en brazos a su hija pequeña”.

La tragedia, fiel compañera del inocente, no lo abandonó. El fracaso de Brasil en Inglaterra 1966 fue su última actuación vestido con la verdeamarela. De allí en adelante, cuesta abajo en su rodada: después de dar tumbos en clubes como el Junior colombiano (con una discreta actuación, pese a su alto costo) y el Red Star francés, decidió decirle adiós al fútbol en el Olaria brasileño.

Su vida terminaba de derrumbarse. Intentó suicidarse, cuenta Morlino, luego de ser el causante de la muerte de su suegra en un accidente de tránsito. Jugaba partidos por dinero. Tenía 14 hijos -ocho hijas de su primer matrimonio con Nair, uno con Elsa Soares, uno fruto de una aventura en Suecia, y otra en Brasil, cuenta el español Cayetano Ros-. Pero de la miseria y la soledad no pudo salir nunca, hasta su muerte por un coma etílico, el 20 de enero de 1983 en Río de Janeiro.

PANORAMA conversó con el español Domingo Amado. El periodista de Europa Press rinde tributo en el twitter (@GarrinchaCF) al mítico jugador.

“Cuando conocí su figura no tardé en ‘enamorarme’ de él. De todos los grandes de este deporte es el que lo ha vivido de forma más amateur, dando mayor sentido a la diversión y el espectáculo que a los resultados o los registros tácticos del entrenador de turno. Por su afán de regatear uno tras uno a sus rivales e incluso volver sobre sus pasos para gambetearlos de nuevo se le conoció como ‘La alegría del pueblo’. Las gradas resonaban con gracia, vitores y fascinamiento ante ese chico de rodillas quebradas que hacía cosas nunca vistas antes. No iban a ver a Botafogo ni a la selección brasileña, iban a la cancha por la atracción que suponía Mané Garrincha”.

“¿Quién se llevó de pronto la multitud?”, se pregunta el cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa, en su candombe Garrincha. “¿Quién le robó de pronto la juventud? ¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón? ¿Quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón? ¿Quién le llenó su copa en la soledad? ¿Quién lo empujó de golpe a la realidad? ¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez? ¿Quién le gritó en la cara: -Usted no es nada, ya no es usted?”.


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