Maquiavelo reina en Madrid

“No soy el mejor del mundo, pero creo que no hay nadie mejor que yo”. Esta frase define a José Mourinho, jugador gris, asistente, traductor, brillante técnico y líder, villano, caudillo y ganador.

Parece que llegó para dividir al mundo del fútbol y revestir de modernidad al diplomático y pensador renacentista Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Capaz de atacar por la espalda, de acusar a diestra y siniestra, de festejar como un poseso en cancha rival, de aplicar la fuerza para frenar al contrario, de utilizar como una daga la ironía o el sarcasmo. Todo por una razón: ganar.

Setúbal, al suroeste de Portugal, vio nacer a José Mário dos Santos en 1963. En la tierra de pescadores y artesanos, de poco más de 100 mil habitantes, creció el futuro técnico bajo la sombra del club Vitória.

Su abuelo materno fue presidente y su padre —José Manuel Félix—  arquero de ese equipo. El fútbol fluía por sus venas desde que vio la luz. Pero también la pedagogía: su madre, María Julia, era maestra de portugués (de hecho, “Mou” también se casó en 1989 con una maestra, Matilda, con la que tiene dos hijos, José  y Matilde).



Quizá eso le empujó, desde joven, a ir más allá de darle patadas a un balón. Primero comenzó estudiando idiomas, por insistencia de un amigo de la familia. Y aunque llegó a jugar como defensor central, no era raro verle con un lápiz y una libreta en los partidos que dirigía su padre, ya retirado de la carrera de futbolista. “Mi hijo veía partidos y hacía informes cuando yo entrenaba a Vitoria Setúbal. Me ayudó bastante en varios partidos, y eso que era un niño”, recordaba Félix, en una entrevista.

Licenciado en Educación Física, lo llamó el Estrela da Amadora como asistente técnico, bajo el mando de Manuel Fernández. Regresaría al Vitória con el mismo cargo. Hasta que el inglés Sir Bobby Robson se fijó en él y en sus dotes no sólo de observador en el fútbol, sino en los idiomas: se lo llevó a Sporting de Lisboa y luego al Porto, como asistente y traductor.

De la mano del carismático entrenador, arribó al FC Barcelona, en 1996.  Buscaba rememorar los tiempos del Dream Team de Johan Cruyff. Robson, con Mourinho como segundo entrenador, ganó la Copa del Rey y las supercopas de España y Europa: “Llevo al Barcelona en mi corazón”, llegó a decir.

La salida de Robson del club de la ciudad no terminó con “Mou” fuera del equipo. Louis Van Gaal decidió quedarse con el útil asistente, esta vez haciendo las evaluaciones de los equipos rivales. Con el holandés estuvo hasta el 2000.

Desechó un llamado de Robson y decidió lanzarse al banquillo: Benfica y Uniao de Leiria,  antes de llegar al Porto en el 2001.  Dirigiendo a los “Dragones” logró su explosión: entre los años 2002 y 2004 obtuvo dos ligas, una copa y dos supercopas de Portugal, una copa de la Uefa y una Champions.

Con Chelsea e Inter   la vitrina de “Mou” aumentó su carga con dos Premier League, dos Football League Cup y una FA Cup en Inglaterra (04-08); y dos scudettos, una Coppa, una Supercoppa de Italia y una Champions  en Italia (08-10).

Año 2010: su arribo al Real Madrid, empequeñecido ante la avalancha de títulos ganados por el Barcelona desde 2008, significó la resurrección de la fe merengue. Llegaba como el hombre que había frenado al odiado rival —lo logró con Chelsea e Inter—, que sería capaz de hacer resurgir al alicaído club merengue.

“Yo soy entrenador, no soy Harry Potter. Él es un mago, pero en la vida real no existe la magia. La magia es ficción y el fútbol es real”, apuntó. Asumió las riendas con mano de hierro, sin importarle quién estuviera al frente: Raúl, Guti, Valdano, el periodismo español, el internacional o, incluso, el mismísimo presidente merengue, Florentino Pérez.

Se convirtió en la némesis de Josep Guardiola, con el que coincidió en sus años en Barcelona. Entonces jugador, hoy técnico, si Mourinho habla, Guardiola calla; si el portugués dice lo que piensa, el catalán piensa lo que dice. Como el agua y el aceite.

Lo toma así “Mou”: “En un mundo hipócrita, no ser hipócrita es un gran defecto. Es un defecto que yo tengo y que voy a tener siempre”.
El título de la Copa del Rey 2011, conseguido ante el Barça, sirvió como alivio.

Los dardos contra el Barcelona parecen no terminar nunca. Primero verbales, acusando a la Uefa y a la federación española de favorecerles, hasta lo físico: durante la vuelta de la Supercopa 2011, metió el dedo en un ojo al asistente de Guardiola, Tito Vilanova. Sólo pidió disculpas “al madridismo”.

 “Creo que en algún momento Florentino Pérez tendrá que ponerle un freno. Mourinho pidió un cambio, sacó a Valdano, que era alguien que podía censurar esas actitudes. Está libre, y Florentino trata de no meterse porque trata de no ofuscarlo”, considera Eduardo Biscayart, analista argentino de Fox, ante la consulta del diario  PANORAMA. 

El pueblo madridista, lejos de mostrarse dividido como su jerarquía, arropa a su líder. “Madridismo es no poner la otra mejilla. Gracias Mou”, decía una de las decenas de pancartas.
“El fin justifica los medios”, se repite, desde hace casi  600 años y gracias a Maquiavelo, una eterna práctica de la humanidad.  Hoy Mourinho lo encarna a la perfección. El Madrid sólo obedece al rey.

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