Elegía a Paúl, el pulpo

Murió Paúl, el pulpo.

Famoso por comer en el recipiente con la bandera del país ganador en determinados partidos del Mundial de Suráfrica, el aporte máximo del cefalópodo inglés (residente en el acuario alemán de Oberhausen) no consistió en haber acertado en la selección ganadora del torneo (España), sino en haberle mostrado a la humanidad que todavía tiene un rastro de inocencia en el corazón.

En plena era de la informática (no sé si ya la pasamos), de los avances tecnológicos y científicos, Paúl nos hizo retroceder a la Edad Media. Gracias a sus aciertos, el animalito nos obligó a pensar en lo sobrenatural, en que su sentido de alimentación podía determinar el futuro, que no era el esfuerzo de once o catorce jugadores en el campo, sino su hambre la que señalaba al vencedor en cada partido.

Paúl hizo valer, en toda su extensión, que el planeta Tierra es una aldea global. Pero una aldea como la de la Caperucita Roja, donde los lobos hablan, amenazan y se comen a los niños, o la de Hansel y Gretel, con casas de dulces sin hormigas. Que todavía podamos creer en los milagros. Que, pese a que tengamos fotos y videos, todavía dudemos en si la Tierra gira alrededor del Sol o es el Sol el que se mueve.

Murió Paúl, el pulpo.

Reyes, presidentes, mandatarios de todas las avanzadas (y no tanto) naciones del planeta sucumbieron a los encantos y habilidades de Paúl. Habitantes de todos los países, ateos y fervorosos creyentes, musulmanes o budistas, cristianos o marxistas, ricos y pobres, brasileños y argentinos, sintieron escalofríos o sonrieron incrédulos cada vez que, con sus patas, se posaba encima del recipiente ganador, disfrutando su alimento, haciendo felices a unos e infelices a otros.  

Quienes lo sufrimos (porque yo siempre le fui al equipo contrario al del ocho patas), no lamentamos su muerte. Podemos sentir un poco de nostalgia, no porque haya desaparecido y se convierta en carne de tiburones (ceniza para el mar o pasto de gusanos), sino que, hasta que no aparezca otro pulpo Paúl, seguiremos viviendo en este mundo de la ciencia, tan alejado de la magia. Lamentamos que nos haya hecho dejar de creer en cuentos de caminos. En algún otro momento creeremos de nuevo.

Descanse en paz, Paúl.

Comentarios

  1. Después de leer este artículo, me siento un poco de piedad. Yo sólo quiero decir
    Descanse en paz, Paúl.

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