La pequeña rebelión vinotinto

Durante el Mundial de Suráfrica 2010, en medio de la vorágine y la fiesta por un país u otro, surgió una rebelión color vinotinto.


Nunca había ocurrido en este país, cuyo corazón durante los mundiales está prestado a otras selecciones, que un grupo, por pequeño que fuese, tuviese los arrestos de colocarse la camiseta venezolana, proclamando a los cuatro vientos su amor por el combinado nacional.

Aparecieron: en las redes sociales como Twitter y Facebook, en las calles, en medio de las concentraciones para celebrar por algún equipo ganador en Suráfrica, las enseñas tricolores con ocho estrellas y las camisetas con los apellidos Rey o Arango estampados en las espaldas. Cuando cientos gritaban un gol foráneo, un puñado recordaba el de Del Valle ante Nigeria o los ocho contra Tahití del Mundial sub 20 de Egipto. Palmo a palmo se peleaba. Diez nombraban a Robben, pero uno nombraba a Vargas. Veinte lloraban por Messi, cinco clamaban por “Miku” Fedor. Cincuenta celebraban a Villa, diez exclamaban ¡Maldonado!

Es la semilla, pequeña, recién nacida, de un árbol que va a crecer, que va a ser fuerte. Brasil 2014 fue el nombre y el año más nombrado por este grupo de rebeldes venezolanos durante Suráfrica 2010. Y aunque la marea de rojos o verdeamarelos, de albicelestes o de alemanes gritara, los vinotintos nunca se quedaron mudos. Los murmullos, más temprano que tarde, serán explosiones.

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