Elogio a la transgresión

Segundos finales del último encuentro, tiro libre de Ghana. Uruguay se prepara para defender el empate a uno e irse a los tiros de penal. Llega el centro al área y se produce un entrevero... un disparo, despejado. Queda el rebote: el otro tiro se consigue dos celestes al frente. Uno, Jorge Fucile, le intenta meter la mano y no consigue ni rozar el Jabulani: el otro, como si se tratara de un juego de voleibol, detiene la pelota. Tarjeta roja y expulsión: adiós al goleador, Luis Suárez.

El resto es historia: Asamoah Gyan erra el penal que le daba el triunfo a Ghana en los cuartos de final. Finaliza el tiempo extra sin modificaciones y llegan a la definición desde los doce pasos. Dos tiros que detiene el portero Muslera más el exquisito y atrevido tiro de Sebastián Abreu para sellar el pase a semifinales.

Suárez se convirtió en el sucesor del revolucionario José Gervasio Artigas y el eterno capitán del Maracanazo, Obdulio Varela, en el devocionario uruguayo. Su sacrificio y expulsión le salieron bien al equipo que representa al pequeño país de poco más de tres millones de habitantes, el primer campeón del mundo. Sin embargo, no todos ven con una sonrisa el acto del delantero del Ajax holandés.

Los puristas, amantes del orden y de la limpieza, calificaron de "trampa" la obtención del pase a semifinales. Pero no reconocen que, en este mundo donde la picardía y la irresponsabilidad cunden, una persona metió la mano no por sí, sino por el colectivo, y asumió la responsabilidad de su hecho con una expulsión, un penal y un partido de suspensión.

Hay que preguntarle a los puristas: ¿Qué hubiese hecho usted en ese caso? ¿Dejaba pasar el balón? Por Dios, el que me responda "sí"... dudo que alguna vez haya jugado fútbol, siquiera dado una patada a una pelota o cantado un gol. Es la vida, hermano. Si esa pelota entraba, Uruguay decía adiós. Lo que hizo Suárez es lo que cualquier futbolista hubiese hecho en su lugar: detener el gol costara lo que costara. El fin, simplemente, justificaba el medio.

Algunos llegan a tachar a Suárez de mal ejemplo, comparando su mano a la de Diego Maradona en el 86 o Thiery Henry para la clasificatoria de Francia en el 2010. Y no es así: mientras éstos lo hicieron para sacar ventaja ofensiva (lograr un gol, irse arriba) y, de paso, sin asumir su responsabilidad con una expulsión o una simple amonestación, el delantero uruguayo tuvo como objetivo evitar un gol, cortar un avance, salvar su cabaña. Y, de paso, pagar su acción con su futuro futbolístico inmediato (en este caso, se pierde el partido de semifinal contra Holanda).

El sueño de Suramérica, aunque poco fuego le queda, sigue encendido en esta Copa del Mundo. Celeste, aunque le cueste.

Comentarios

  1. Te recomiendo, documentes tambien la manos de Kempes frente a Polonia en el 78. Argentina salio campeon en ese mundial. Saludos y excelente tu escrito.

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