De árbitros e injusticias

 Si el oficio de arquero es el más injusto del mundo, el del árbitro puede seguirle en el orden. Sus errores y sus aciertos nunca serán ni perdonados ni recompensados. Cada tarjeta, pitazo, entrada cobrada o dejada de cobrar, estará en la lupa de millones en el mundo. Cada decisión suya estará en el tapete y deberá tomarla en centésimas de segundos, sin otra ayuda que la de sus compañeros o Dios.

Y algunas veces puede sentir que Dios lo abandone.

La segunda semana de Suráfrica 2010, en la que han explotado los partidos, borrándose los bodrios de la primera fecha, también ha sufrido con actuaciones arbitrales que dejaron mucho qué desear. Pero todavía se pueden diferenciar las sentencias.

Por ejemplo, el árbitro español Undiano Mallenco, del Serbia-Alemania perdido por los germanos. Si se le debe criticar algo, es la rigurosidad al momento de cantar las faltas y sacar las tarjetas: nueve amarillas en total, incluyendo dos traducidas en una roja  al ariete Miroslav Klose, que influyó en el peso ofensivo de los tricampeones mundiales.

Sin embargo, el ibérico estuvo ajustado al librito arbitral, muy apegado para muchos, pero respetándolo al fin y al cabo.

Pero otros, como el malí Koman Coulibaly o el francés Stéphane Lannoy, sencillamente crearon sus propias reglas. El primero anuló el gol de la victoria a Estados Unidos, que terminó con un empate a dos con Eslovenia; el segundo, perdonó la doble mano de Luis Fabiano,  permitió el juego brusco y expulsó injustamente a Kaká, cayendo en el acto teatral de los futbolistas africanos en el Brasil-Costa de Marfil.  

¿Cómo mejorar? Llamando a árbitros fogueados y tratando, al máximo, de unificar los criterios, para que los protagonistas sean los jugadores.

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