Cabañas, ay Cabañas

El mundo del fútbol sufrió un terremoto el lunes. Ya desde la madrugada las noticias hacían temblar los corazones: Salvador Cabañas había sido asesinado. Luego se conoció que el disparo en la cabeza que recibió en un bar de México, en el que estaba con su esposa y un cuñado, no fue letal... en primera instancia.
Hoy, Salvador, el goleador guaraní, Mariscal del Paraguay como el gran héroe Solano, está amarrado a una cama en el hospital Ángeles. Mientras los medios de comunicación aztecas discurren sobre el porqué el bar estaba abierto a las 5:30 de la mañana, cuando a las 2:00 debía haber cerrado, nadie se pregunta el porqué del atentado, en una forma tan extraña.
Los atacantes, presuntamente, eran clientes asiduos del local, al que sólo accedían estrellas del deporte y de la farándula mexicana. Hombres de dinero, yupies dirían en el lejano 1990. Y Cabañas, que no era un pancito dulce, que al primero que le mirara le podía mal responder (sangre guaraní, que no es la de Riquelme o la de Juan Arango), recibió el disparo. ¿Las razones? Ésas son las que hay que investigar.
En todo caso, el planeta fútbol pierde, por lo menos por un largo tiempo, a un gran delantero, uno de los que estaba destinado a animar el Mundial de Suráfrica, un artillero voraz. Terrible.

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