Balón etiquetado: columna de opinión de Edgardo Broner sobre la crisis venezolana y su influencia en el fútbol
El mundo del fútbol, planeta independiente con sus propias leyes y una economía que no sigue los parámetros de su entorno, sintió un temblor en el norte de Sudamérica. Por más que todos se emocionan cuando rueda un balón, el deporte más popular se sumó a la práctica de etiquetas, la de calificar a alguien en un extremo por alguna opinión que no coincida totalmente con el otro.
Así, una Federación que cada año suspende los campeonatos en Semana Santa por las dificultades de los equipos para trasladarse, ahora los obliga a hacerlo pese a la negativa de los futbolistas por el alto riesgo que genera la situación de estos días. Hubo partidos a puertas cerradas, otros con llamas cercanas, además de los conocidos problemas de movilización y las angustias de la familia futbolística.
La decisión federativa con las manos levantadas de los responsables de los equipos se tomó pensando en lo que podrían pensar de ellos en los organismos gubernamentales. Desoyendo a los jugadores y a cualquier razonamiento libre de intereses, se creyó que la suspensión iba a magnificar la importancia de las protestas opositoras y que con 22 camisetas en cada campo, aunque las vistieran los suplentes de los suplentes de los suplentes, se mostraría normalidad. Además de las relaciones públicas, la mayoría de los equipos depende de gobernaciones o alcaldías, mientras el mismo ente recibe beneficios que podría poner en riesgo.
La Asociación de Futbolistas tomó su primera determinación colectiva importante, después de su reconstrucción tras muchos años de silencio. Fue muy claro el mensaje para suspender la jornada. La reacción política fue vincularlo con la oposición, aunque se tratara de una acción gremial. Es cierto que no tomaron medidas similares por la falta de pago de varios meses de algunos de sus agremiados, una responsabilidad compartida con la dirigencia, pero ahora hay otros peligros de por medio.
Se mezcló también la política federativa con las oportunistas acusaciones a Laureano González, el vicepresidente de la FVF que sucedería a Rafael Esquivel si se retirara. Fue la cara visible y tiene responsabilidad, como también el presidente y los votantes interesados, que incluyeron a algunos acusadores, con el triste argumento de evitar sanciones inaceptables y viendo de paso qué triste ventaja podrían sacar en la confusión. Entre todos consiguieron destrozar la alegría del balón.
Así, una Federación que cada año suspende los campeonatos en Semana Santa por las dificultades de los equipos para trasladarse, ahora los obliga a hacerlo pese a la negativa de los futbolistas por el alto riesgo que genera la situación de estos días. Hubo partidos a puertas cerradas, otros con llamas cercanas, además de los conocidos problemas de movilización y las angustias de la familia futbolística.
La decisión federativa con las manos levantadas de los responsables de los equipos se tomó pensando en lo que podrían pensar de ellos en los organismos gubernamentales. Desoyendo a los jugadores y a cualquier razonamiento libre de intereses, se creyó que la suspensión iba a magnificar la importancia de las protestas opositoras y que con 22 camisetas en cada campo, aunque las vistieran los suplentes de los suplentes de los suplentes, se mostraría normalidad. Además de las relaciones públicas, la mayoría de los equipos depende de gobernaciones o alcaldías, mientras el mismo ente recibe beneficios que podría poner en riesgo.
La Asociación de Futbolistas tomó su primera determinación colectiva importante, después de su reconstrucción tras muchos años de silencio. Fue muy claro el mensaje para suspender la jornada. La reacción política fue vincularlo con la oposición, aunque se tratara de una acción gremial. Es cierto que no tomaron medidas similares por la falta de pago de varios meses de algunos de sus agremiados, una responsabilidad compartida con la dirigencia, pero ahora hay otros peligros de por medio.
Se mezcló también la política federativa con las oportunistas acusaciones a Laureano González, el vicepresidente de la FVF que sucedería a Rafael Esquivel si se retirara. Fue la cara visible y tiene responsabilidad, como también el presidente y los votantes interesados, que incluyeron a algunos acusadores, con el triste argumento de evitar sanciones inaceptables y viendo de paso qué triste ventaja podrían sacar en la confusión. Entre todos consiguieron destrozar la alegría del balón.
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