Ruberth Morán conversó con PANORAMA y narró los acontecimientos del 14 de agosto de 2001:
"Fue el nacimiento de lo que hoy llamamos la Vinotinto. Si bien antes había existido la selección Venezuela, nadie se identificó con la Vinotinto sino a partir de esa fecha. Ese resultado, ese partido, frente a quién lo hicimos, en el momento de equiebre que se estaba viviendo, porque era la última oportunidad que se le estaba dando a Richard Páez, luego del fracaso que fue -a nivel de resultados, mas no de funcionamiento- en la Copa América en Colombia, y para mí era el renacimiento de mi carrera. Venía de ocho meses inactivo, fue mi primer partido oficial después de la rotura de los ligamentos cruzados anterior de mi rodilla derecha, y el haber recibido la confianza de Páez para mí fue un segundo aire en mi carrera.
Richard ya conocía mi capacidad, ya había trabajado con él bajo su filosofía y estilo en Estudiantes. Sabíamos de lo que se requería, de las exigencias. Teníamos plena identificación del trabajo. El momento que se vivía era tenso, por el entorno. Nosotros disfrutamos el entrenamiento, pero sabíamos que eran necesarios los resultados. A Dios gracias se dio un partido en el que empezamos a hacer de Venezuela un fortín. Nos quitamos el traje de Cenicienta y empezamos a ser respetados como dignos representantes del fútbol suramericano.
La clave fue la libertad que tuvimos para jugar al fútbol, la preocupación del funcionamiento de la selección venezolana. No nos salimos de la idea de juego en ninguna fase del partido, nunca nos desdibujamos, y siempre pensamos en el arco rival. Teníamos elementos suficientes para batir al aquilatado rival de turno, porque era una selección uruguaya que contaba con el Chino Recoba, con Montero, con jugadores que estaban en la élite del fútbol europeo.
El partido se nos presentó con algunas posibilidades, ellos sintieron el rigor del calor marabino, y nosotros aprovechamos nuestra condición de local. Atacamos en muchas ocasiones, yo estrellé un balón en el poste, luego de un pase de Juan. El balón pegó en el horizontal y se fue. Hubo otras ocasiones en las que inquietamos el arco de Uruguay. Ya en el segundo tiempo, comenzamos a hilvanar una buena jugada, donde el pase me lo da Cari Cari, yo marco una diagonal y de primera intención pude cruzar la pelota con mucha certeza, y pude celebrar un gol que para mí significó mucho.
Lo celebré con rabia, por lo que había vivido en lo personal, por lo depresivo que significa una lesión de rodilla, el pasar al dique seco. Tener la oportunidad de estar en la élite del fútbol nacional, recibiendo la confianza del entrenador, para mí fue fundamental. Marcó un antes y un después. Recuerdo bien ese partido también porque le prometí a mi hermana menor (Dayana Araujo) marcar un gol, cumplía los quince años. Le regalé un gol y se lo dediqué. Significaba, aparte de lo personal, un compromiso familiar.
No hubo mucha euforia, sí mucha sobriedad a la hora de celebrar. Había muchísima alegría, pero también muchísimo cansancio. Maracaibo te hace mella con el calor en lo físico. A los dos días nos dimos cuenta del resultado que habíamos sacado, y las consecuencias o repercusiones positivas para lo que de allí en adelante denominamos 'nuestra Vinotinto'.
¿El legado? Sí se puede. Tenemos mucho chance de crecer. Hay un camino por recorrer. Dejamos un norte indicado, que es el que hoy están recorriendo los muchachos que hoy visten la camiseta de la selección".
"Fue el nacimiento de lo que hoy llamamos la Vinotinto. Si bien antes había existido la selección Venezuela, nadie se identificó con la Vinotinto sino a partir de esa fecha. Ese resultado, ese partido, frente a quién lo hicimos, en el momento de equiebre que se estaba viviendo, porque era la última oportunidad que se le estaba dando a Richard Páez, luego del fracaso que fue -a nivel de resultados, mas no de funcionamiento- en la Copa América en Colombia, y para mí era el renacimiento de mi carrera. Venía de ocho meses inactivo, fue mi primer partido oficial después de la rotura de los ligamentos cruzados anterior de mi rodilla derecha, y el haber recibido la confianza de Páez para mí fue un segundo aire en mi carrera.
Richard ya conocía mi capacidad, ya había trabajado con él bajo su filosofía y estilo en Estudiantes. Sabíamos de lo que se requería, de las exigencias. Teníamos plena identificación del trabajo. El momento que se vivía era tenso, por el entorno. Nosotros disfrutamos el entrenamiento, pero sabíamos que eran necesarios los resultados. A Dios gracias se dio un partido en el que empezamos a hacer de Venezuela un fortín. Nos quitamos el traje de Cenicienta y empezamos a ser respetados como dignos representantes del fútbol suramericano.
La clave fue la libertad que tuvimos para jugar al fútbol, la preocupación del funcionamiento de la selección venezolana. No nos salimos de la idea de juego en ninguna fase del partido, nunca nos desdibujamos, y siempre pensamos en el arco rival. Teníamos elementos suficientes para batir al aquilatado rival de turno, porque era una selección uruguaya que contaba con el Chino Recoba, con Montero, con jugadores que estaban en la élite del fútbol europeo.
El partido se nos presentó con algunas posibilidades, ellos sintieron el rigor del calor marabino, y nosotros aprovechamos nuestra condición de local. Atacamos en muchas ocasiones, yo estrellé un balón en el poste, luego de un pase de Juan. El balón pegó en el horizontal y se fue. Hubo otras ocasiones en las que inquietamos el arco de Uruguay. Ya en el segundo tiempo, comenzamos a hilvanar una buena jugada, donde el pase me lo da Cari Cari, yo marco una diagonal y de primera intención pude cruzar la pelota con mucha certeza, y pude celebrar un gol que para mí significó mucho.
Lo celebré con rabia, por lo que había vivido en lo personal, por lo depresivo que significa una lesión de rodilla, el pasar al dique seco. Tener la oportunidad de estar en la élite del fútbol nacional, recibiendo la confianza del entrenador, para mí fue fundamental. Marcó un antes y un después. Recuerdo bien ese partido también porque le prometí a mi hermana menor (Dayana Araujo) marcar un gol, cumplía los quince años. Le regalé un gol y se lo dediqué. Significaba, aparte de lo personal, un compromiso familiar.
No hubo mucha euforia, sí mucha sobriedad a la hora de celebrar. Había muchísima alegría, pero también muchísimo cansancio. Maracaibo te hace mella con el calor en lo físico. A los dos días nos dimos cuenta del resultado que habíamos sacado, y las consecuencias o repercusiones positivas para lo que de allí en adelante denominamos 'nuestra Vinotinto'.
¿El legado? Sí se puede. Tenemos mucho chance de crecer. Hay un camino por recorrer. Dejamos un norte indicado, que es el que hoy están recorriendo los muchachos que hoy visten la camiseta de la selección".
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