El fútbol (o el deporte en general) es el reflejo de la sociedad. Nuestra Suramérica pasional y vibrante, violenta, desorganizada y anárquica, apareció tres veces en la semana: duelo por el descenso en Argentina (ida y vuelta) y final de la Copa Libertadores en Brasil.
Los países organizadores de la Copa América 2011 y el Mundial de 2014. Los que, en teoría, están a la cabeza del continente en el tema futbolero. Las potencias mundiales.
Partido Belgrano-River Plate, en Córdoba. Minuto 52 y el histórico equipo bonaerense perdía 2-0 con el local: las puertas del descenso se abren para la banda roja. En media acción, un grupo de seguidores radicales intervino en el gramado, empujando a Adalberto Román (que cometió un penal), e increpando al resto de los “millonarios”.
Veinte minutos estuvo suspendido el compromiso, mientras que los fanáticos, tranquilamente, subieron la cerca de ciclón o entraron por una abertura para regresar a sus puestos.
En el choque de vuelta, que culminó con empate a uno entre River y Belgrano en el Monumental (donde la lógica del castigo indicaba que se debía jugar a puertas cerradas, para evitar incidentes como los que sucedieron en la ida), la eliminación de los de la banda terminó con 25 heridos, 50 detenidos y daños a la infraestructura. La locura.
Una espada cayó sobre la cabeza de River; en Sao Paulo la fiesta de la final de la Copa Libertadores terminó en bochorno general.
Santos venció 2-1 a Peñarol, y con el pitazo final algunos hinchas santistas entraron al gramado del estadio Pacaembú para burlarse de los montevideanos y festejar con los suyos.
Y comenzó la fiesta, pero de las patadas voladoras. A golpes y gritos entre los jugadores (ya no contra los fanáticos, sino los futbolistas), la frustración y la alegría se golpearon en Sao Paulo.
Era inevitable recordar la definición de la Champions de 2011, en Wembley: el campeón, Barcelona, aplaudía al subcampeón, Manchester United. El público celebrando en las gradas, los jugadores en el campo, y los efectivos de seguridad trabajando, como debe ser.
¿Tan lejos estamos de ésto? Sí, nos ufanamos de la pasión, de la alegría, de la fiesta suramericana. Criticamos el aburrido orden europeo, “pechofríos” que tienen el corazón bajo cero. Bien. Pero nos gloriamos en la miseria: ¿Qué hubiese ocurrido si algún jugador, en cualquiera de los estadios, terminaba lesionado, herido o muerto?
¿Podremos equilibrar, alguna vez en la historia, la alegría con la organización, o estaremos condenados a vivir en el desorden por los siglos de los siglos?
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