Por dominio, por estética, por contundencia, por juego de conjunto y por coraje, el Barcelona castigó al Madrid. Como por arte de magia. Porque Cristiano Ronaldo desapareció, se hundió junto con el orden y la supremacía que mostró el equipo de José Mourinho en toda la zafra.
El ADN del Barcelona (marca registrada de Josep Guardiola) apareció en cada uno de los goles. El primero, a los 10, con un pase entre líneas de Iniesta a Xavi, terminando con un remate que sobró a Casillas.
El segundo, a los 18: más de20 toques terminaron con un zapatazo de Xavi a David Villa, de la derecha a la izquierda del campo; se internó el asturiano ante la floja marca de Sergio Ramos y centró, sin Casillas poder tapar el balón, empujando Pedro Rodríguez para celebrar.
Luego vendrían dos tantos similares en concepción y finalización, con Lionel Messi como gestador y Villa como realizador: a los 55 y a los 57, un par de pases rasantes, diagonales que resolvió, el primero llevándose la pelota y el segundo, con un toque a.
La guinda la colocó el hispano-venezolano Jeffrén Suárez, que había ingresado por Pedro al minuto 86. El nacido en San Félix, estado Bolívar, recibió una asistencia de Bojan desde la derecha después de ocho toques catalanes.
El atacante remató al 90+1 y terminó de hundirle la daga a un Madrid soso, sin ideas ni actitud, impotente y que apenas tuvo respuestas a punta de golpes y faltas.
El mundo se sigue rindiendo a los pies de los magos catalanes. Y el fútbol les sigue agradeciendo.
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